Noticias en miniatura

El romanticismo es, en muchos sentidos, el marco mental que nos viene de serie. Por mucho que queramos negarlo, las palabras nos delatan. Cuántas veces habremos escuchado a otros (o a nosotros mismos) fantasear con una realidad más sencilla, libre de las ataduras del mundo moderno, añorando cierto primitivismo a lo Rousseau. La idea del buen salvaje subyace en los comentarios que profieren muchos turistas a su vuelta de grandes viajes por el sudeste asiático, envidiando la supuesta calidad de vida de sus habitantes a pesar de su pobreza, lo felices que son teniendo muy poco, la sonrisa de niños harapientos que saludan desde el borde de caminos de tierra. Una envidia de boquilla que se traslada también al arte, a la música africana o los bordados andinos, expresiones artísticas que se nos antojan más puras, más auténticas. La noble voluntad de ampliar el espectro estético más allá del canon occidental, esbozada a finales del siglo XVIII y democratizada en el XX, se vuelve contraproducente cuando muere de éxito. La admiración a menudo linda con el paternalismo.

A esta corriente romántica pertenece también la idealización de la infancia. Me refiero no a la infancia de cada cual, que casi todos evocamos con cariño, sino a la idea misma de la infancia. En muchos sentidos se parece a la admiración por lo primitivo, a la añoranza por lo irrecuperable: la inocencia, la pureza, la libertad de espíritu. El canto a la niñez ha alcanzado en nuestros días un punto de saturación empalagosa, pero a principios del siglo XX era aún fresco y sirvió de inspiración a grandes artistas: Klee, Miró, Torres-García, Calder. La lucidez de aquel acercamiento voluntariamente infantil al arte fue diluyéndose a base de repetición, pero aún pueden encontrarse artistas capaces de hacer arte verdadero inspirándose en la ingenuidad de los niños. Una de ellas es Liliana Porter (Buenos Aires, 1941), cuyas obras recientes pueden verse hasta el mes que viene en la galería Espacio Mínimo de Madrid.

Los lienzos  de Liliana Porter despiertan desconcierto pero también una ternura instintiva. Las figuras que los pueblan, diminutas en la inmensidad de lienzos blancos, aparecen inmersos en medio de lo que parecen los restos de catástrofes naturales y accidentes de tráfico: los manchurrones viscosos de pintura negra que emplea a menudo parecen grandes fugas de combustible. Parece todo un juego. No se me ocurre mejor manera de definir estos lienzos que no son pinturas a pesar de estar parcialmente bañados en ella, que tampoco son esculturas  y que sólo insatisfactoriamente podemos llamar ensamblajes. Estos lienzos son escenarios en el sentido más literal del término, no en el sentido figurado que se aplica a menudo a la pintura. Los diminutos hombrecillos y objetos de plástico, pegados directamente sobre el lienzo, le dan a uno la impresión de que allí no se representa nada, de que lo que sea que esté sucediendo lo está haciendo allí mismo.

Cuando nos asomamos a estas obras a uno puede darle la impresión de que está asistiendo al juego de un niño que ha quedado en suspenso cuando ha llegado la hora de ir al colegio o ha sido llamado para comer. El total desprecio por la proporción de los objetos lo reafirma. No importa que haya sillas más grandes que personas o personas más grandes que coches. Para representar el mar no hacen falta más que unas pocas salpicaduras de pintura violácea, igual que para representar un camino basta con dibujarlo con un lápiz. Nada de eso importa para el desarrollo del juego, y en esto los niños actúan como artistas. En una de las piezas de Liliana Porter, vemos a uno de esos hombrecillos de plástico sentado en el borde del lienzo. Quizá esté esperando pacientemente su turno para entrar en juego.

En uno de los muros de la galería hay una repisa donde se han colocado aproximadamente una docena de objetos variopintos que conforman una colección extravagante. Hay piezas de porcelana, un soldadito, una botella en forma de pájaro, un mate con un dibujo del Che Guevara. Podría ser el botín privado de un niño, atesorado a lo largo de los años guiado por el mero deseo goloso de acumular objetos raros. Pero hay también algo que liga esta pieza de Liliana Porter con el interés surrealista por juntar objetos ajenos entre sí, despertando relaciones hasta entonces ocultas. Si uno lo piensa, todos tenemos un pequeño bazar en casa de entre el cual podríamos sacar composiciones tan surrealistas como esta. Con el suyo, Liliana Porter hace, además, películas.

Actualidades, que es como ha titulado la última, se presenta como un noticiario. Porter va presentando las distintas secciones –internacional, cultura, deportes, ciencia, salud– y en cada una de ellas aparecen figuras de porcelana o juguetes que hacen las veces de protagonistas de la actualidad. Igual que una niña, a Liliana Porter no le hace falta más que lo que tiene al alcance de la mano para recrear el mundo. Pienso ahora que los informativos son parecidos a los mundos en miniatura que se inventan los niños. Con su compartimentación de la realidad, un noticiario trata de ordenar el mundo y volverlo comprensible. Igual que la ciencia, igual que la historia, que el arte. El título que Liliana Porter da a su vídeo es en realidad una ironía, más todavía en su versión en inglés, Breaking News, que suena más urgente. Lo es porque su noticiario siempre es el mismo. Como mucho se parece a esos canales 24 horas donde las noticias nuevas van sustituyendo muy lentamente a las viejas. Lo que parece decirnos Liliana Porter con su noticiario en bucle es que las noticias son las mismas desde que el mundo es mundo.

Es en este vídeo donde veo asomarse a la Liliana adulta. La ironía de la sección titulada “Religión” la aleja de la inocencia infantil. En ella aparece una réplica de plástico del Cristo de Corcovado que de pronto empieza a brillar en una sucesión de colores chillones, tosco souvenir de un viaje a Brasil. A continuación, unas manos utilizan una tira de cinta adhesiva para cerrar una caja; la tira lleva estampada una sucesión de efigies de Jesucristo a lo Andy Warhol. La sección de noticias internacionales, por su parte, es una sucesión de imágenes borrosas pero distinguibles de aviones de guerra, tanques y explosiones.

Después de ver el vídeo, veo los lienzos de Liliana Porter con otros ojos. En algunos aparece una sombra de melancolía que desmiente una lectura enteramente lúdica. En Untitled at Sea III hay cinco lienzos de distintos tamaños ensamblados en sentido horizontal. En la parte baja de la composición, apoyado sobre una pequeña repisa, yace un barco encallado embadurnado de pintura violácea. En uno de los lienzos se extiende como los restos embarrados de una inundación una mancha de pintura blanca, salpicada de objetos arrastrados por la corriente. Si uno mira la obra lo suficiente, advertirá dos detalles mínimos que parecen completar su significado. En la cima de uno de los lienzos encontramos un soldadito de plástico que corre con un fusil en la mano hacia no se sabe dónde; en el extremo de otra repisa de la parte baja, un hombre trajeado con maletín camina absorto, como a punto de salirse de la composición.  Parece un epílogo al noticiario de Liliana Porter. Enfrentados a las grandes conmociones del mundo, cabe adoptar dos actitudes: la del soldadito, que corre voluntarioso pero despistado, y la de quienes por ignorancia o decisión hacemos oídos sordos y seguimos caminando, maletín en mano, hacia nuestros quehaceres.

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Liliana Porter. Actualidades/Breaking News. Galería Espacio Mínimo. Doctor Fourquet, 17. Madrid. Hasta el 12 de noviembre.

Imagen: Liliana Porter, Untitled at Sea III, 2016 (detalle).

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